Ocupando su actual huella desde el siglo XIII, la torre de Arteaga quedó marcada para la posteridad al nombramiento de Eugenio Bonaparte, hijo del emperador Napoleón III, como vizcaíno de origen, por las Juntas Generales de Vizcaya. Era el año 1856. Eugenia de Montijo, mujer del emperador, era propietaria del solar de Arteaga, y llegado el momento decidió recuperar el deteriorado castillo en agradecimiento por tal honor.
El proyecto recayó en el arquitecto francés de los Sitios Imperiales, Couvrechet, y a su muerte, en Ancelet, también arquitecto de la casa real de Francia, quienes construyeron una nueva torre ya que la vieja no se adecuaba a las necesidades de una residencia imperial. De la antigua torre quedaría los muros exteriores, en los que se abrió una portada.
Así se levantó en aquel privilegiado paraje de Arteaga un palacio neomedieval, torreón neogótico inspirado en la arquitectura gótica francesa, muy influido por la recuperación que el romanticismo hizo del estilo gótico. Tal imagen es la que aún guarda, dominante y majestuosa sobre la ría de Gernika. Una residencia imperial, en un paisaje incomparable.